Al cazador que yo creí dormido,
Y aquí estamos una vez más. Tú, glorioso y exultante, me miras
con soberbia, sabiéndome débil, esclavo de tus designios y caprichos. Yo,
derrotado y consumido, te miro tirado, aún sin fuerzas, sobre el campo de
batalla. No hay forma de parar el ansia que me corroe. No hay un lugar en el
que poder descansar, en el que escapar de tu influencia. Acabas encontrándome,
me susurras palabras directas a mi ser, y no puedo sino entregarme a ti y a tu
sonrisa hecha de excesos.
Cómo quisiera ser capaz de sentirme bien sin tu presencia.
No extrañar el sonido de tu cuerno, el tacto de mis garras arañando la piel de
nuestras presas. Yo no nací para esto, pero cada vez me atraes más a tus
sombras hechas de pecado, te lanzas en picado desde la cornisa de la cordura y
yo no puedo sino fundir nuestros cuerpos en un abrazo y saltar contigo.
¡Déjame en paz de una vez! ¡Que quiero ser capaz de ver la
luz, de tener la voluntad de ser feliz sin necesitar tu voz que suena como la
de todos los amantes! ¡Que quiero poder ver la luz del sol, entregarme a ella,
sonreír y sentir que puedo encauzar mi existencia! ¡Me detesto tanto cada vez
que acudes a mí, no, que YO acudo a ti, cada maldita vez que busco tu nombre en
mis labios, tus manos guiando las mías hacia las formas de nuestra nueva presa,
tus pasos dictando el camino de los míos hacia un nuevo exceso!
Hay veces en las que me siento un ser patético. Pero ya lo
ves. Al final, lo único que me queda es someterme a ti, darle la espalda al
ayer, y cerrar los ojos frente al mañana. Que mi tacto se encargue de todo por
hoy. Que mi hambre se sacie en el presente simple de indicativo, pues para mí… En
este momento… Para mí no existen más tiempos verbales.
Sin más, me despido.
V. S.