domingo, 26 de febrero de 2012

Despierta

Y todo se desbarata como un castillo de naipes. Se viene abajo, como arriba se vienen las sensaciones dormidas en las tinieblas que siempre me habitaron. No importa nada ahora. Estamos en un lugar del que no se puede volver. Corremos a ciegas, con las manos extendidas, intentando agarrar los pedazos de felicidad que se nos escapan. Son rápidos, fugaces, y cuando creemos haberlos agarrado, se nos escapan de entre los dedos como la arena del desierto alumbrado por la luz de una luna menguante en el que mueren todos los suspiros.

Piensas que la soledad no te afecta, que eres un cazador, un depredador, una criatura de la noche. Y sabes, que en el fondo, solo te engañas a ti mismo. Eres débil por más que te pienses fuerte, y careces de la voluntad para cambiarlo. Solo sigues adelante como un autómata, esperando que los eventos de tu vida se sucedan unos a otros. Eres como una pantera en una jungla muerta, de árboles calcinados y ríos secos llenos de los restos de lo que alguna vez fue vida. Pero te cortaron las garras, y tus colmillos ya no son lo que solían ser.

Pero aún hay algo dentro de ti. Sabes tan bien como yo que lo hay. Por eso te dedico estas líneas. Por eso me dirijo a ti después de tanto tiempo. Abre los ojos, ángel de tinieblas, y toma las riendas de los vientos, pues tus alas de plumas negras no fueron hechas para volar al son de las corrientes. Sé fuerte y aguanta las acometidas del destino, pues tuyo es el poder de influir en la forma en la que este se teje para ti. Parte en busca de tus armas. Sabes que una vez fueron tuyas, te supiste poderoso, capaz de todo.

Esgrime tu espada flamígera con fiereza, y no tengas piedad de aquello que te acompaña en tu travesía por la oscuridad. El fuego de la verdad te enseñará el camino de la luz si empuñas el mandoble con voluntad y determinación. Necesitarás también tu lanza, con la punta forjada en la fragua de los sueños nacidos de la inocencia. Lánzala, lánzala lo más lejos que puedas, y sigue la trayectoria, pues en su vuelo verás que eres capaz de que tus propios sueños se vuelvan tangibles. Y no olvides tu escudo hecho de determinación, adornado con los rubíes y las esmeraldas del autoestima. Que nadie sea capaz de dañarte, ángel funesto, pues solo podrán causarte dolor aquellos a los que tú les des el poder de hacerlo.

martes, 21 de febrero de 2012

Quiero hundirme en tus besos de plata

Quiero hundirme en tus besos de plata
y volar con alas de plumas negras.
Eres fuego, y sin saberlo alegras
un alma que al alba se desbarata.

Eres como una lágrima que hidrata
mis versos, y con tu ser desintegras
mi existencia, como crueles legras
me acaricias, y tu ausencia me mata.

Fuimos como un beso en la última noche.
Fuimos un oportuno susurrar.
Fuimos amantes del dulce derroche.

Fuimos el sol reflejado en el mar.
Fuimos separados por el reproche.
Fuimos siervos del amor y el amar.

Fuiste para mí...

Al fin puedo llamarte por tu nombre. Después de tanto tiempo me doy cuenta de lo que eras para mí. Un veneno. Un muro. Una luz cegadora. Un mal envuelto en sueños ridículos y coloridos. Cómo quisiera no necesitarte de esta forma, que fuera más fácil apartarte de mis pensamientos y de mis deseos.

Esta guerra es mía, cariño, ya puedes quedarte en tu maldito búnker, y no salgas de ahí si no quieres que te vuele la tapa de los sesos con mis canciones compuestas mientras me hundía en el desamor, con las ilusiones que tu sonrisa cálida y blanquísima como la cal tejió para mi alma crédula, con la rabia de saber que todo esto podría haber sido diferente.

Pero todo ha llegado a este punto. Somos tú y yo. Dos cometas atraídos por diferentes órbitas. Dos notas en diferentes pentagramas, el tuyo en clave de sol, el mío en clave de fa en cuarta. Perteneces a lo intangible, a lo inalcanzable, igual que perteneciste a lo más profundo de mis pasiones. Y yo… yo simplemente pertenezco a la música, y al viento ululante que acaricia  los árboles en las noches de invierno. Podríamos haber llegado tan lejos, hacer tantas cosas… Pero no fue posible, nuestros caminos están destinados a no cruzarse.

Por eso, quisiera presentarme delante del escritorio del cabrón que escribe las historias de nuestras vidas y apuñalarlo con el témpano que decidir apartarme de tu calidez dejó donde antes había un corazón palpitante. Porque en el fondo soy un mentiroso. Porque, en realidad, fuiste para mí un acorde perfecto en mitad del silencio, el tacto de la madera bajo mi barbilla, el aroma de un incienso dulce acariciándome en la oscuridad. Reconozco que jugué con el fuego, y me gustó, pero, como avisaron, me acabé quemando.





viernes, 17 de febrero de 2012

No consigo entender...

Parece que no lo conseguimos. Siempre nos creemos al otro lado de la valla, y cuando miramos a nuestro alrededor, comprendemos que aún no hemos saltado. Estamos encerrados aquí dentro, y no hay posibilidad de escapar. Lo siento, pero nos quedamos aquí hasta que alguien se atreva a meter la llave en la cerradura. Esperemos que los gritos no le asusten, no sería muy apropiado.

Mira que te tengo dicho que no dibujes amapolas, que los destellos del sol en el agua estival saben a los labios de un primer beso. Siempre te digo dónde está enterrado, y cómo desenterrarlo, pero tú sigues con tu testarudez. Elevas tu telescopio al cielo, pretendiendo saber a qué huelen los sollozos de los vientos que fueron desterrados. Los expulsaron del palacio de cristal donde serpientes y arañas bailan al son de los dedos de nuestro dolor, que repiquetean en el frío mármol de una escalera de caracol que sube hasta la falsa felicidad que tejieron para nosotros con hilos de hipocresía de color magenta.

Sube conmigo, incluso te dejaré las riendas de mi carro tirado por dos sonrisas, una sincera y otra teatral. ¿Sabrías distinguirlas? Sí, eso es, la sincera es la que tiene un lunar en el lomo. La otra tiene las patas blancas, y se encabrita si se cruza con alguna culebra. Conduce, y llévanos más allá del arcoíris en blanco y negro que alguna vez pudimos acariciar con las manos cubiertas por guantes de látex. Guíanos por los caminos tortuosos de la confusión que pueblan estos bosques hechos de te quieros apresurados y de versos malgastados y quemados bajo la luz de una lámpara de gas.

Que no quiero sino romper las ataduras que nos unen a las alas de las palomas negras que quieren picarle los ojos al cadáver de nuestra musa, a la que una vez conocimos por los siete nombres secretos de la verdad, que no quiero sino sentirme fuera de esta caja de plástico en la que me encerraron junto a una quinta no tan justa como debería, que no quiero sino sentir una mirada como la mía, una mirada sincera, y poder, por fin, cerrar los ojos. Poder, por fin, descansar. 

Y que todo sea una explosión de pétalos ardiendo en el aire, volando en espiral a nuestro alrededor, porque las espirales no son sino principios seguidos de finales seguidos de principios, y eso es lo que quiero, un bucle en el que perderme contigo o sin ti, un lugar del que no salir ni para coger aire, un lugar del que desear escapar, dejando solo llamas tras de mí. 

Y sin embargo, te quiero.


Carta 10

Buenas noches,

Estoy contento, ¿sabes? Voy evolucionando de formas que jamás me creí capaz.

Te escribo para decirte que hace tiempo que no te siento conmigo, y eso me hace sentirme estúpidamente bien. No es que no te eche de menos, pero empiezo a darme cuenta de que aquí mando yo, de que eres fácilmente desechable después de todo, de que ya no tienes el control sobre mí. Seguro que cuando leas eso sonreirás, y pensarás que soy un necio. Y yo tendría la certeza, si te viera hacerlo, de que el necio eres tú si acaso opinas que las cosas son como antes.

Sabes tan bien como yo que he vencido a mis demonios. No, a ti no te considero mi demonio, no te tengas en tan alta estima. Tú eres, simplemente, como Jeff Lindsay escribió, “mi oscuro pasajero”. No, tú no me haces matar, quizás porque aún me falta saltar algún que otro muro para alcanzar el grado de psicópata, pero me haces igualmente cometer acciones de las que me acabo arrepintiendo irremediablemente. Mi vida, hace un tiempo, era una sensación continua de arrepentimiento. Sabes bien de lo que te hablo. Y puedes decir a boca llena quién tiene la culpa. Y yo, ¿qué podía hacer? Solo soy un patán sin voluntad.

También eres conocedor del hecho de que tengo adicciones inconfesables. Sí, lo sé, nací con casi doscientos años de retraso. Pero qué quieres que le haga, ya no es época para enamorarse de unos ojos verdes reflejados en el agua, o de un rayo de luna, aunque tal vez sí de Lotte. Bueno, durante un tiempo pude comprender a Werther, pero ahora las cosas han cambiado.

Es curioso, pero estoy bastante saciado por ahora. Me siento estable, y parece que no necesitaré más teatro en un tiempo. Estoy pensando en guardar la colección de máscaras en el baúl de nogal que encierra todo lo bueno que alguna vez pude tener. Me siento como un campo que, después de haberse pasado todo el invierno bajo la nieve, vuelve a notar la calidez del sol. ¿Cuánto crees que durará esta vez?

De todas formas, no quiero que pienses que voy a olvidarme de ti. Puedo asegurarte que, en un tiempo, voy a necesitarte de nuevo. Siempre acabo necesitándote. Y entonces gritaré tu nombre, soplaré el cuerno (tres veces no, tranquilo) y sabrás que tenemos trabajo de nuevo. Hasta entonces descansa, amigo mío, has luchado bien esta batalla, pero por ahora, cuelgo la espada.

Un abrazo y hasta siempre,

V.S.

¡Sorpresa!

Me elevo en el aire, dejo atrás la tierra que en su ansia egoísta me asía contra su superficie, mi cuerpo, lastre inútil entregado a toda clase de pasiones, y mis lágrimas, tantas veces derramadas por nimiedades absurdas. Es hora de avanzar, de no mirar atrás, ni abajo. Vuela, ángel de tinieblas, vuela como nunca lo hiciste, y no pienses en las consecuencias. Escapa de este lugar mustio, pues aquí solo queda una tierra yerma de la que nacerán quimeras retorcidas por el dolor iridiscente de los recuerdos susurrantes.

Eres un soldado que no sabe vivir en paz. Sabes que eres adicto al dolor, un yonki del sufrimiento. Ya sea tuyo o ajeno, disfrutas con ello, te regocijas, y los sollozos te suenan como la más maravillosa de las sinfonías. Tienes alma de poeta desalmado, de músico frustrado, de loco enamorado, de torturador torturado. Cuando todo está en calma, te sientes inquieto, con ganas de pegarle a alguien por el mero hecho de notar el revuelo. Cuando todo está tranquilo, quieres agarrar el sol y derribarlo de los cielos. Que caiga en el bosque infinito de tus sueños perdidos, y que todo arda, que no queden ni las cenizas. Cuando solo queda la quietud, quieres que el mundo entero sea una explosión.

¿Estás listo? Te toca salir al escenario, una noche más. Venga, se te da bien interpretar el papel. Sonríe al público, que se te note seguro de ti mismo. Haz lo que siempre haces, sujétate bien la máscara y cíñete al papel. ¿Cuántos has interpretado a lo largo de tu vida? Ya perdimos la cuenta. Pero no importa. Sigue interpretando un poco, todo se resume a eso, a una farsa esperpéntica. Después, entre bambalinas, la risa de siempre. ¿Cómo no se dan cuenta de que todo es un mero espectáculo? Los artificios de siempre siguen funcionando, y todo te parece absurdamente patético. Después, entre bambalinas, la preguntas de siempre. ¿Por qué lo haces? ¿Qué sacas tú con todo esto? Pero, ¿qué más da? El espectáculo debe continuar.

Y al final, volvemos a estar tú y yo, la misma cosa en dos mitades, envueltos por nuestra cinta roja y dorada, con una inscripción que, con letras negras y doradas, anuncia lo único verdadero que tenemos para ofrecer a nuestra querida audiencia: demencia.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Confesiones y delirios con sabor a melocotón.

Laúd a la espalda, pluma en mano, y tormenta en el corazón. Cuando sientas que nada tiene sentido, que todo se mezcla en una amalgama de confusión, que la quietud fue profanada de forma cruel, con desdén, entonces sabrás que he llegado.

Nadie dijo que esto fuera a ser fácil. No se puede perseguir al viento, muchos enloquecieron siguiendo sus pasos, intentando pronunciar su nombre. Querrás someterme, sentirme tuyo, sentirte mío quizás, pero sabrás, llegado el momento, que nada es lo que parece. Caerás en mi red, en mis artimañas, sentirás mis fauces cerrándose sobre tu cuello y escupiendo una masa de carne y de sangre, y entonces sabrás que he llegado.

Soy inexpugnable como una fortaleza construida con humo y luces de neón, intangible como las nubes que se disipan en una tarde de verano húmedo, incomprensible como un trabalenguas escrito en una lengua para la cual no encontraron piedra de Rosetta. Soy un hechizo lanzado por un mago lunático y novato, en latín artificial, mal pronunciado, por supuesto, las ces no suenan como una ch, ¿crees que esto es italiano? Sin embargo, acabo haciendo efecto, sentirás mi magia en ti, y entonces sabrás que he llegado.

Me agazapo en la noche, me camuflo con la máscara del Dottore, con la nariz de cuero blanco y negro bien larga, para poder olfatear mejor las intenciones falsas de la basura de tu calaña. Te observo, me río de tu existencia patética, y donde antes hubo repulsión por la forma en la que perviertes los ideales en los que baso mi forma de ser, no hay ahora sino una lástima profunda y absoluta, porque te he escogido como mi presa, y voy a ahogarte poco a poco, haciéndote daño, deleitándome con ello. Llegará el día en el que te sientas exhausto, vacío, sin un motivo para seguir existiendo, y entonces sabrás que me he ido.

De necesidades atroces, discordantes, amores negros recalcitrantes.

Soy la hoja de un diente de león negro, mecida por los vientos gélidos del norte. Me transportan en sus brazos las aladas corrientes, me conducen a lugares lejanos donde me dejarán caer a mi suerte.

Te miro sentada frente a mí, me hundo en las dos praderas iluminadas por el crepúsculo que alumbra tu mirar. Corro entre la hierba infinita, acompañado de una jauría de perros ovejeros. Las ovejas, por supuesto, no están. Hace tiempo que se transformaron en estrellas, y se marcharon hacia el horizonte, hacia el cielo de tormenta perpétua que cubre todo el paisaje, montadas en barcas que cruzaron los ríos dorados hechos de miel que desembocan en tus labios y en las formas sinuosas de tu espalda.

Soy la segunda y la tercera cuerda de un violín vibrando a la vez, creando una melodía llena de acordes en re mayor. El sonido va, viene, y vuelve a ir para volver a venir, oscilante, dulce, pasional. Y todo acaba en un arpegio, como siempre. Los arpegios son un final brillante.

Mis dedos buscan tus formas, sedientos como viajeros después de una larga jornada en los caminos llenos de piedra y polvo. Mis labios buscan refugiarse en ti, buscan un lugar en el que pasar la noche, y los días, y la propia eternidad. Mi lengua busca a la tuya, excepcional compañera de baile, para fundirse de nuevo en un baile apasionado, en tres por cuatro, a ritmo de vals, al son de mi corazón, de tu alma, y de nuestra falta de razón.

Soy el sol de un sistema solar lejano, sin planetas habitables, sin lunas, sin vida. El rey de un amasijo de piedras muertas que flotan en el olvido, hasta que decida, un día como otro cualquiera, acabar con todo. Me transformaré en una gigante roja, y engulliré cuanto esté a mi paso. Seré implacable, voraz, ardiente.

Mi ser te busca en la soledad, pues sabes que no soy capaz de existir si no te sé en mi existencia. No importa que uses contra mí tu látigo de crueldad, o que yo use contra ti mi mandoble hecho de egoísmo, al final, somos una simbiosis perfecta. Una misma cosa dividida en dos por el mero capricho de la Creación. No sé jugar a este juego si no es en cooperativo. No sabes encargar comida para llevar si no es para dos. No sabemos vivir si no es espalda con espalda, cubriéndonos de cuanto nos rodea. Tú y yo contra el mundo.

viernes, 10 de febrero de 2012

Carta 8

Estimado ser que habitas en mí:

Soy yo una vez más, tu anfitrión. Una vez más te escribo para que estas líneas que te dedico sean una vía de escape, un drenaje de la ponzoña en la que mis sentimientos siempre se acaban convirtiendo. ¿Por qué nunca te hago caso? Sabes lo que es bueno para mí, lo que siempre quiero, y me instas a buscarlo. Y yo, por supuesto, tengo que desoírte, hacer las cosas simples complicadas y ser un completo tarado. Y es que a estas alturas debería estar ya acostumbrado a que las cosas no salgan como yo quiero. Pero no, aún soy un iluso.

Y ya me ven las estrellas, escribiéndote una vez más acurrucado, pasando frío entre los árboles, sobre el césped, bajo el cielo. Escuchando las sirenas de los servicios de emergencias a lo lejos, pensando que quizás no estaría tan mal cambiarse con el ciudadano que está a punto de recibir su visita. No es que me esté convirtiendo en un emo, tranquilo, pero ya sabes, llega el momento en el que no tengo forma de salir del pozo. Me ciego momentáneamente, y tardo un tiempo en ver la luz. No te preocupes, al final, a veces con tu ayuda, a veces por mí mismo, salgo a flote. Pero me cansa tanto esta situación…

Estoy harto de ser un maldito actor, ¿sabes? ¡En esta vida hay que hacer tantos papeles! Pero nadie es digno de ver mi naturaleza. Nadie. Ni si quiera tú. Incluso para ti sigo llevando mi máscara. Quizás, a veces, pueda levantarla levemente, mostrar mi sonrisa, el principio de mis mejillas, pero jamás dejaré que nadie sea testigo de mi verdadera mirada.  No es que sea un monstruo. Pero bueno, si lo fuera tampoco sé si lo admitiría.

Te preguntarás por qué te escribo hoy, viernes por la noche, desde la soledad oscura de una arboleda. Se suponía que no iba a estar aquí. Se suponía que no iba a sentirme así. Sí, lo sé, puedes llamarme el señor suposiciones. Y el señor ilusiones, que encima rima con lo primero. Porque eso es lo que me debilita, el ser, aún a estas alturas, un niño iluso. Pienso demasiado como ya sabes. Y, por desgracia, también imagino demasiado. ¿A dónde me lleva entonces esta mente poco lúcida? A sufrir, no hay más.

Pero no te preocupes, viejo amigo. Ya empiezo a ver la salida de este túnel. Sé  cómo tengo que actuar. No necesito a nadie para salir de aquí, no te preocupes. Se me da bien encontrar el camino por mí mismo. Al fin y al cabo, es lo que siempre hago.

Por ahora me despido, pero ya sabes que volveré a escribir.

Un abrazo, amigo mío.

V.S.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Ven aquí...

Me siento caer de nuevo. A pesar de todas las advertencias, todo el esfuerzo por mantener la mente fría, por no sumergirme en su vorágine... No sé cuánto tiempo resistiré. Sé que a veces no te soporto, que me resultas repugnante. Y en momentos como este te necesito. Soy adicto a ti, a tu presencia, a tu poder. Cuando te siento lejos, mi alma parece estar envuelta en napalm.

Hay veces en los que ya no soporto más esta espiral de demencia, y tengo que salir corriendo. No miro atrás, por supuesto, no quiero ver la jauría de quimeras que me persigue. Solo pienso en seguir hacia adelante, en intentar llegar a un punto del cual no poder volver. Y sin embargo, jamás lo alcanzo. No soy capaz de llegar a mi destino, de hallar el camino envuelto por la negrura espesa de las sombras que ocultan mi raciocinio. Y al final, siempre acabo tropezando con la misma piedra.

Me siento como en una pesadilla de ensueño, con tu rostro de cristales Swarovski mirándome a través de tu prisión de barras de hielo a medio fundir. Me pides la llave,  y con tu sonrisa llena de perlas y de rayos de luna filtrados a través de nubes de tormenta, ¿cómo no voy a dártela? Fabricaría una con mi propia carne si fuera necesario. Te necesito conmigo, y tú lo sabes con total seguridad. Puedo odiarte, puedo sentir que eres en mí un cáncer, pero te quiero conmigo. No sería la misma cosa sin ti.

Púdrete, hijo de puta.

¿Qué tal si salimos de caza? Prepara tu ballesta, ya sabes, esa que dispara saetas hechas de mentiras y poses teatrales, con olor a sándalo y a limones recién cortados. No necesitamos montura, tranquilo, tomaremos el atajo que tú y yo sabemos. Eso sí, prepara tu cuerno, pues en la oscuridad de la noche podría perderte de vista. Y úsalo como siempre. Un toque si has localizado algo. Dos si tienes a la presa. Tres si estás muerto.

Es tan maravilloso caminar una nueva noche, recibir la caricia de la brisa nocturna hecha de suspiros y de polución urbana, de los jadeos que nacieron en los labios que besamos y murieron en los corazones que alguna vez pudimos tocar. Me gusta la sensación de saberme solo en la oscuridad, como si todo se hubiera reducido a cenizas y a pétalos de lírios arrancados y volando al viento. Es agradable ser capaz de ver sin la venda que la hipocresía anudó en mi nuca. Puedo darme cuenta de lo equivocado que estaba. ¡Maldito necio! Imbécil. Imbécil. Imbécil.

Has sido un esclavo de lo impuesto, de tu propio miedo al cambio, de tu necesidad de una rutina. Pero finalmente despiertas al escuchar los ululares de la noche. Ya era hora. Empieza a correr, tu boca empieza a añorar el sabor de la sangre. Necesitas cazar, y acabarás haciéndole daño a alguien. Pero sabes tan bien como yo que no te importa, eres un depredador, un ser deshonesto, toda artimaña es buena si te sirve para volver a saciar tu apetito. Y te odio por eso. Te detesto como jamás había detestado a nada. Pero no puedo hacer nada por cambiarte, porque esa es tu esencia, tu naturaleza, y es inmutable.

¿Por qué miras al cielo? ¿Acaso piensas que va a escucharte una estrella fugaz? Tus deseos no pueden cumplirse, lo sabes de sobra. Ni si quiera la supuesta magia de un astro incandescente te concederá lo que ansías. Y sin embargo, eso es lo que hace más hermoso tu deseo. El pensamiento de que no puede ser cumplido. Lo hace todo más platónico, ¿verdad? Bueno, tengo otra teoría sobre tus deseos. No van a cumplirse porque son mierda artificial. Sabes de sobra que no son naturales. Son, por calificarlos de alguna forma, autoimpuestos, están construidos a base de confusiones, sueños infundados por sentimientos sacados de contexto. Por eso debes aprender a renunciar a ellos. Y yo debo aprender a renunciar a ti, a tu maldita naturaleza. Porque no somos compatibles. Porque me haces daño, y yo te hago daño a ti. Soy tu antítesis, y tú eres la mía. Deberíamos distanciarnos. Deberíamos aprender a renunciar al otro. Búscate otra puta mente a la que perturbar. Vale, gracias, hasta nunca.

lunes, 6 de febrero de 2012

Renacimiento

Y una vez más, ya ves, angel mío, hemos renacido bajo el abrazo de la luna. Llena. Blanca. Dadora de vida. Entre el abrazo de los árboles que se yergen como milenarios centinelas que fueron testigos de amores, desamores, de esfuerzos y de sueños por llegar. Sobre el manto de la tierra que se llena de nuevo de vida completando el ciclo. Sobre un océano de hierba verde. Sumergidos en un mar de caos, de sentimientos que pugnan entre sí, que se chocan, que luchan con armas que lanzan chispas incandescentes. Se baten en duelo, pero no hay ganadores, pues todos pierden.

Y una vez más renacemos, angel mío. Una vez más volvemos a nuestra misma esencia, de donde jamás debimos salir. Una vez más volvemos a la soledad de nuestra alma, a la plenitud en nosotros mismos. Y una vez más debemos elegir. Porque jamás elegimos la senda correcta. Siempre nos decantamos por la más tortuosa, la más cenagosa, la más complicada, creyendo, en nuestra más febril ignorancia, que el camino más largo siempre lleva al mejor lugar. ¿No sería más fácil adentrarnos en los caminos de la sencillez, de la simpleza? Claro que no. Sabes que eso no va con nosotros. Somos personas complicadas. Nos gustan los retos. Y sin embargo, todos los acabamos perdiendo.

Nos preguntamos hacia dónde dirigirnos ahora. La respuesta es fácil. Nos dirigimos hacia donde siempre vamos, a ninguna parte. Caminamos dando tumbos, contemplando cuanto a nuestro alrededor acontece, impasibles, neutrales, como si fuéramos un espectro que se pasea en un tiempo que ya no le corresponde, como si fuéramos un turista de paso, como si fuéramos una mera sombra del pasado.

Caminamos por los senderos de luz, cegados por la oscuridad que contemplamos en el horizonte. Nos cruzamos con mil tipos de almas, pero ninguna nos place. Ninguna la sentimos como espejo de la nuestra, pues sabemos que jamás crearon un par para ella. No importa cuanto busquemos, no importa cómo nos sintamos, sabemos que simplemente no la hallemos, puesto que no puede encontrarse lo que no existe.

Contradicción

Tus manos se alzan, buscando el cielo salpicado de pájaros de plumas del color de las azucenas. El arcoiris que divide el horizonte en dos es como la serpiente sin cabeza de tus sueños, sueños llenos de dientes de león, y de una luna llena resplandeciente, que aparta la oscuridad nocturna como si de un velo se tratase. Llueve de nuevo sobre mojado, y los cristales empañados reciben de nuevo las gotas que nacen en los ojos de algún ángel que siente lástima de ti, pequeña criatura descarriada. Tu camino se torció hace tiempo, se tornó una sierpe díscola que se arrastra sin rumbo por un destino incierto.

El aroma que aspiro es el hedor de la muerte, ¿sabes por qué, verdad? Las campanas de la torre de la plaza que llevaba tu nombre llama a la misa de difuntos. Los niños juegan usando la cabeza de un dios muerto como balón. ¿Puedes verlo? Aún en la muerte sonríe, pobre ser inconsciente. Sus cabellos se arrastran por la acera cada vez que los niños chutan con sus piernas hechas para caminar en un mundo emponzoñado por su existencia. Y las campanas lanzan su tañido una vez más, y las ánimas, al escucharlo, se retuercen, recordando la época en la que eran niños, y jugaban en la plaza pateando cabezas de dioses muertos.

domingo, 5 de febrero de 2012

Eres y no eres

Eres como un látigo inexorable que golpea mi espalda hecha de retales de pecados sin confesar. De nuevo me golpeas, una vez, otra, y otra más. Noto tu caricia funesta y me estremezco. Eres como el sol tras una noche sin dormir, inesperado e inquisitivo, como los primeros brotes tras las heladas, díscolos y llenos de vida. Puedo verte frente a mí, pero no tocarte, porque tu piel está hecha de estrellas incandescentes, forjada a través de mil noches repletas de poesía, soledad y confeti de color carmesí. Eres una criatura salvaje encerrada en una jaula de prejuicios y resentimiento. Un ángel que empeñó sus alas por una botella de Jack Daniels y una bolsa llena de gominolas de fresa.

No eres ni mucho menos una buena persona. Sabes que nada te preocupa, nada te afecta, no piensas en nadie jamás. Solo piensas en ti, y en el tranvía que te robó los sueños aquella noche cubierta de nubes de lluvia ácida. No eres ningún ladrón, y sin embargo te ves tentado a llevarte mi alma. Acércate, ¿ves como brilla? Sí, es un alma de cristal. Cuidado, hace tiempo que la hicieron añicos, así que podrías pincharte. Los restos de ese comedero fueron mi corazón, no te preocupes. Se los di de comer a una serpiente de color cián llamada Ingenuidad. No eres en absoluto una criatura de la noche, y sin embargo, en las noches vuelves a mí, quieres envolverme con tus alas. ¿No te das cuenta de que no puedes tocar lo intangible? Soy como el rayo en una noche despejada, repentino, poderoso, pero fugaz.

Eres un aliado que aparece cuando la batalla ya está perdida. No eres un buen samaritano, lo siento, pero tus espinas se clavan allá por donde pasas. Eres buen amigo de tus enemigos, claro, mejor a la hora de apuñalarlos por la espalda. No eres un concierto para violín, y sin embargo eres continuo, variable, cambiante. Subes, bajas, y subes para volver a bajar. Y al final acabas con unas notas muy suaves y un arpegio en pizzicato. Un arpegio menor, por supuesto, con la séptima disminuida.

Podría pasar la noche entera diciéndote lo que eres y lo que no eres. Y sin embargo, algo está claro. Eres yo. Y no eres yo. ¿Quién eres? ¿Quiénes somos?