Soy la hoja de un diente de león negro, mecida por los vientos gélidos del norte. Me transportan en sus brazos las aladas corrientes, me conducen a lugares lejanos donde me dejarán caer a mi suerte.
Te miro sentada frente a mí, me hundo en las dos praderas iluminadas por el crepúsculo que alumbra tu mirar. Corro entre la hierba infinita, acompañado de una jauría de perros ovejeros. Las ovejas, por supuesto, no están. Hace tiempo que se transformaron en estrellas, y se marcharon hacia el horizonte, hacia el cielo de tormenta perpétua que cubre todo el paisaje, montadas en barcas que cruzaron los ríos dorados hechos de miel que desembocan en tus labios y en las formas sinuosas de tu espalda.
Soy la segunda y la tercera cuerda de un violín vibrando a la vez, creando una melodía llena de acordes en re mayor. El sonido va, viene, y vuelve a ir para volver a venir, oscilante, dulce, pasional. Y todo acaba en un arpegio, como siempre. Los arpegios son un final brillante.
Mis dedos buscan tus formas, sedientos como viajeros después de una larga jornada en los caminos llenos de piedra y polvo. Mis labios buscan refugiarse en ti, buscan un lugar en el que pasar la noche, y los días, y la propia eternidad. Mi lengua busca a la tuya, excepcional compañera de baile, para fundirse de nuevo en un baile apasionado, en tres por cuatro, a ritmo de vals, al son de mi corazón, de tu alma, y de nuestra falta de razón.
Soy el sol de un sistema solar lejano, sin planetas habitables, sin lunas, sin vida. El rey de un amasijo de piedras muertas que flotan en el olvido, hasta que decida, un día como otro cualquiera, acabar con todo. Me transformaré en una gigante roja, y engulliré cuanto esté a mi paso. Seré implacable, voraz, ardiente.
Mi ser te busca en la soledad, pues sabes que no soy capaz de existir si no te sé en mi existencia. No importa que uses contra mí tu látigo de crueldad, o que yo use contra ti mi mandoble hecho de egoísmo, al final, somos una simbiosis perfecta. Una misma cosa dividida en dos por el mero capricho de la Creación. No sé jugar a este juego si no es en cooperativo. No sabes encargar comida para llevar si no es para dos. No sabemos vivir si no es espalda con espalda, cubriéndonos de cuanto nos rodea. Tú y yo contra el mundo.
miércoles, 15 de febrero de 2012
viernes, 10 de febrero de 2012
Carta 8
Estimado ser que habitas en mí:
Soy yo una vez más, tu anfitrión. Una vez más te escribo para que estas líneas que te dedico sean una vía de escape, un drenaje de la ponzoña en la que mis sentimientos siempre se acaban convirtiendo. ¿Por qué nunca te hago caso? Sabes lo que es bueno para mí, lo que siempre quiero, y me instas a buscarlo. Y yo, por supuesto, tengo que desoírte, hacer las cosas simples complicadas y ser un completo tarado. Y es que a estas alturas debería estar ya acostumbrado a que las cosas no salgan como yo quiero. Pero no, aún soy un iluso.
Y ya me ven las estrellas, escribiéndote una vez más acurrucado, pasando frío entre los árboles, sobre el césped, bajo el cielo. Escuchando las sirenas de los servicios de emergencias a lo lejos, pensando que quizás no estaría tan mal cambiarse con el ciudadano que está a punto de recibir su visita. No es que me esté convirtiendo en un emo, tranquilo, pero ya sabes, llega el momento en el que no tengo forma de salir del pozo. Me ciego momentáneamente, y tardo un tiempo en ver la luz. No te preocupes, al final, a veces con tu ayuda, a veces por mí mismo, salgo a flote. Pero me cansa tanto esta situación…
Estoy harto de ser un maldito actor, ¿sabes? ¡En esta vida hay que hacer tantos papeles! Pero nadie es digno de ver mi naturaleza. Nadie. Ni si quiera tú. Incluso para ti sigo llevando mi máscara. Quizás, a veces, pueda levantarla levemente, mostrar mi sonrisa, el principio de mis mejillas, pero jamás dejaré que nadie sea testigo de mi verdadera mirada. No es que sea un monstruo. Pero bueno, si lo fuera tampoco sé si lo admitiría.
Te preguntarás por qué te escribo hoy, viernes por la noche, desde la soledad oscura de una arboleda. Se suponía que no iba a estar aquí. Se suponía que no iba a sentirme así. Sí, lo sé, puedes llamarme el señor suposiciones. Y el señor ilusiones, que encima rima con lo primero. Porque eso es lo que me debilita, el ser, aún a estas alturas, un niño iluso. Pienso demasiado como ya sabes. Y, por desgracia, también imagino demasiado. ¿A dónde me lleva entonces esta mente poco lúcida? A sufrir, no hay más.
Pero no te preocupes, viejo amigo. Ya empiezo a ver la salida de este túnel. Sé cómo tengo que actuar. No necesito a nadie para salir de aquí, no te preocupes. Se me da bien encontrar el camino por mí mismo. Al fin y al cabo, es lo que siempre hago.
Por ahora me despido, pero ya sabes que volveré a escribir.
Un abrazo, amigo mío.
V.S.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Ven aquí...
Me siento caer de nuevo. A pesar de todas las advertencias, todo el esfuerzo por mantener la mente fría, por no sumergirme en su vorágine... No sé cuánto tiempo resistiré. Sé que a veces no te soporto, que me resultas repugnante. Y en momentos como este te necesito. Soy adicto a ti, a tu presencia, a tu poder. Cuando te siento lejos, mi alma parece estar envuelta en napalm.
Hay veces en los que ya no soporto más esta espiral de demencia, y tengo que salir corriendo. No miro atrás, por supuesto, no quiero ver la jauría de quimeras que me persigue. Solo pienso en seguir hacia adelante, en intentar llegar a un punto del cual no poder volver. Y sin embargo, jamás lo alcanzo. No soy capaz de llegar a mi destino, de hallar el camino envuelto por la negrura espesa de las sombras que ocultan mi raciocinio. Y al final, siempre acabo tropezando con la misma piedra.
Me siento como en una pesadilla de ensueño, con tu rostro de cristales Swarovski mirándome a través de tu prisión de barras de hielo a medio fundir. Me pides la llave, y con tu sonrisa llena de perlas y de rayos de luna filtrados a través de nubes de tormenta, ¿cómo no voy a dártela? Fabricaría una con mi propia carne si fuera necesario. Te necesito conmigo, y tú lo sabes con total seguridad. Puedo odiarte, puedo sentir que eres en mí un cáncer, pero te quiero conmigo. No sería la misma cosa sin ti.
Hay veces en los que ya no soporto más esta espiral de demencia, y tengo que salir corriendo. No miro atrás, por supuesto, no quiero ver la jauría de quimeras que me persigue. Solo pienso en seguir hacia adelante, en intentar llegar a un punto del cual no poder volver. Y sin embargo, jamás lo alcanzo. No soy capaz de llegar a mi destino, de hallar el camino envuelto por la negrura espesa de las sombras que ocultan mi raciocinio. Y al final, siempre acabo tropezando con la misma piedra.
Me siento como en una pesadilla de ensueño, con tu rostro de cristales Swarovski mirándome a través de tu prisión de barras de hielo a medio fundir. Me pides la llave, y con tu sonrisa llena de perlas y de rayos de luna filtrados a través de nubes de tormenta, ¿cómo no voy a dártela? Fabricaría una con mi propia carne si fuera necesario. Te necesito conmigo, y tú lo sabes con total seguridad. Puedo odiarte, puedo sentir que eres en mí un cáncer, pero te quiero conmigo. No sería la misma cosa sin ti.
Púdrete, hijo de puta.
¿Qué tal si salimos de caza? Prepara tu ballesta, ya sabes, esa que dispara saetas hechas de mentiras y poses teatrales, con olor a sándalo y a limones recién cortados. No necesitamos montura, tranquilo, tomaremos el atajo que tú y yo sabemos. Eso sí, prepara tu cuerno, pues en la oscuridad de la noche podría perderte de vista. Y úsalo como siempre. Un toque si has localizado algo. Dos si tienes a la presa. Tres si estás muerto.
Es tan maravilloso caminar una nueva noche, recibir la caricia de la brisa nocturna hecha de suspiros y de polución urbana, de los jadeos que nacieron en los labios que besamos y murieron en los corazones que alguna vez pudimos tocar. Me gusta la sensación de saberme solo en la oscuridad, como si todo se hubiera reducido a cenizas y a pétalos de lírios arrancados y volando al viento. Es agradable ser capaz de ver sin la venda que la hipocresía anudó en mi nuca. Puedo darme cuenta de lo equivocado que estaba. ¡Maldito necio! Imbécil. Imbécil. Imbécil.
Has sido un esclavo de lo impuesto, de tu propio miedo al cambio, de tu necesidad de una rutina. Pero finalmente despiertas al escuchar los ululares de la noche. Ya era hora. Empieza a correr, tu boca empieza a añorar el sabor de la sangre. Necesitas cazar, y acabarás haciéndole daño a alguien. Pero sabes tan bien como yo que no te importa, eres un depredador, un ser deshonesto, toda artimaña es buena si te sirve para volver a saciar tu apetito. Y te odio por eso. Te detesto como jamás había detestado a nada. Pero no puedo hacer nada por cambiarte, porque esa es tu esencia, tu naturaleza, y es inmutable.
¿Por qué miras al cielo? ¿Acaso piensas que va a escucharte una estrella fugaz? Tus deseos no pueden cumplirse, lo sabes de sobra. Ni si quiera la supuesta magia de un astro incandescente te concederá lo que ansías. Y sin embargo, eso es lo que hace más hermoso tu deseo. El pensamiento de que no puede ser cumplido. Lo hace todo más platónico, ¿verdad? Bueno, tengo otra teoría sobre tus deseos. No van a cumplirse porque son mierda artificial. Sabes de sobra que no son naturales. Son, por calificarlos de alguna forma, autoimpuestos, están construidos a base de confusiones, sueños infundados por sentimientos sacados de contexto. Por eso debes aprender a renunciar a ellos. Y yo debo aprender a renunciar a ti, a tu maldita naturaleza. Porque no somos compatibles. Porque me haces daño, y yo te hago daño a ti. Soy tu antítesis, y tú eres la mía. Deberíamos distanciarnos. Deberíamos aprender a renunciar al otro. Búscate otra puta mente a la que perturbar. Vale, gracias, hasta nunca.
Es tan maravilloso caminar una nueva noche, recibir la caricia de la brisa nocturna hecha de suspiros y de polución urbana, de los jadeos que nacieron en los labios que besamos y murieron en los corazones que alguna vez pudimos tocar. Me gusta la sensación de saberme solo en la oscuridad, como si todo se hubiera reducido a cenizas y a pétalos de lírios arrancados y volando al viento. Es agradable ser capaz de ver sin la venda que la hipocresía anudó en mi nuca. Puedo darme cuenta de lo equivocado que estaba. ¡Maldito necio! Imbécil. Imbécil. Imbécil.
Has sido un esclavo de lo impuesto, de tu propio miedo al cambio, de tu necesidad de una rutina. Pero finalmente despiertas al escuchar los ululares de la noche. Ya era hora. Empieza a correr, tu boca empieza a añorar el sabor de la sangre. Necesitas cazar, y acabarás haciéndole daño a alguien. Pero sabes tan bien como yo que no te importa, eres un depredador, un ser deshonesto, toda artimaña es buena si te sirve para volver a saciar tu apetito. Y te odio por eso. Te detesto como jamás había detestado a nada. Pero no puedo hacer nada por cambiarte, porque esa es tu esencia, tu naturaleza, y es inmutable.
¿Por qué miras al cielo? ¿Acaso piensas que va a escucharte una estrella fugaz? Tus deseos no pueden cumplirse, lo sabes de sobra. Ni si quiera la supuesta magia de un astro incandescente te concederá lo que ansías. Y sin embargo, eso es lo que hace más hermoso tu deseo. El pensamiento de que no puede ser cumplido. Lo hace todo más platónico, ¿verdad? Bueno, tengo otra teoría sobre tus deseos. No van a cumplirse porque son mierda artificial. Sabes de sobra que no son naturales. Son, por calificarlos de alguna forma, autoimpuestos, están construidos a base de confusiones, sueños infundados por sentimientos sacados de contexto. Por eso debes aprender a renunciar a ellos. Y yo debo aprender a renunciar a ti, a tu maldita naturaleza. Porque no somos compatibles. Porque me haces daño, y yo te hago daño a ti. Soy tu antítesis, y tú eres la mía. Deberíamos distanciarnos. Deberíamos aprender a renunciar al otro. Búscate otra puta mente a la que perturbar. Vale, gracias, hasta nunca.
lunes, 6 de febrero de 2012
Renacimiento
Y una vez más, ya ves, angel mío, hemos renacido bajo el abrazo de la luna. Llena. Blanca. Dadora de vida. Entre el abrazo de los árboles que se yergen como milenarios centinelas que fueron testigos de amores, desamores, de esfuerzos y de sueños por llegar. Sobre el manto de la tierra que se llena de nuevo de vida completando el ciclo. Sobre un océano de hierba verde. Sumergidos en un mar de caos, de sentimientos que pugnan entre sí, que se chocan, que luchan con armas que lanzan chispas incandescentes. Se baten en duelo, pero no hay ganadores, pues todos pierden.
Y una vez más renacemos, angel mío. Una vez más volvemos a nuestra misma esencia, de donde jamás debimos salir. Una vez más volvemos a la soledad de nuestra alma, a la plenitud en nosotros mismos. Y una vez más debemos elegir. Porque jamás elegimos la senda correcta. Siempre nos decantamos por la más tortuosa, la más cenagosa, la más complicada, creyendo, en nuestra más febril ignorancia, que el camino más largo siempre lleva al mejor lugar. ¿No sería más fácil adentrarnos en los caminos de la sencillez, de la simpleza? Claro que no. Sabes que eso no va con nosotros. Somos personas complicadas. Nos gustan los retos. Y sin embargo, todos los acabamos perdiendo.
Nos preguntamos hacia dónde dirigirnos ahora. La respuesta es fácil. Nos dirigimos hacia donde siempre vamos, a ninguna parte. Caminamos dando tumbos, contemplando cuanto a nuestro alrededor acontece, impasibles, neutrales, como si fuéramos un espectro que se pasea en un tiempo que ya no le corresponde, como si fuéramos un turista de paso, como si fuéramos una mera sombra del pasado.
Caminamos por los senderos de luz, cegados por la oscuridad que contemplamos en el horizonte. Nos cruzamos con mil tipos de almas, pero ninguna nos place. Ninguna la sentimos como espejo de la nuestra, pues sabemos que jamás crearon un par para ella. No importa cuanto busquemos, no importa cómo nos sintamos, sabemos que simplemente no la hallemos, puesto que no puede encontrarse lo que no existe.
Y una vez más renacemos, angel mío. Una vez más volvemos a nuestra misma esencia, de donde jamás debimos salir. Una vez más volvemos a la soledad de nuestra alma, a la plenitud en nosotros mismos. Y una vez más debemos elegir. Porque jamás elegimos la senda correcta. Siempre nos decantamos por la más tortuosa, la más cenagosa, la más complicada, creyendo, en nuestra más febril ignorancia, que el camino más largo siempre lleva al mejor lugar. ¿No sería más fácil adentrarnos en los caminos de la sencillez, de la simpleza? Claro que no. Sabes que eso no va con nosotros. Somos personas complicadas. Nos gustan los retos. Y sin embargo, todos los acabamos perdiendo.
Nos preguntamos hacia dónde dirigirnos ahora. La respuesta es fácil. Nos dirigimos hacia donde siempre vamos, a ninguna parte. Caminamos dando tumbos, contemplando cuanto a nuestro alrededor acontece, impasibles, neutrales, como si fuéramos un espectro que se pasea en un tiempo que ya no le corresponde, como si fuéramos un turista de paso, como si fuéramos una mera sombra del pasado.
Caminamos por los senderos de luz, cegados por la oscuridad que contemplamos en el horizonte. Nos cruzamos con mil tipos de almas, pero ninguna nos place. Ninguna la sentimos como espejo de la nuestra, pues sabemos que jamás crearon un par para ella. No importa cuanto busquemos, no importa cómo nos sintamos, sabemos que simplemente no la hallemos, puesto que no puede encontrarse lo que no existe.
Contradicción
Tus manos se alzan, buscando el cielo salpicado de pájaros de plumas del color de las azucenas. El arcoiris que divide el horizonte en dos es como la serpiente sin cabeza de tus sueños, sueños llenos de dientes de león, y de una luna llena resplandeciente, que aparta la oscuridad nocturna como si de un velo se tratase. Llueve de nuevo sobre mojado, y los cristales empañados reciben de nuevo las gotas que nacen en los ojos de algún ángel que siente lástima de ti, pequeña criatura descarriada. Tu camino se torció hace tiempo, se tornó una sierpe díscola que se arrastra sin rumbo por un destino incierto.
El aroma que aspiro es el hedor de la muerte, ¿sabes por qué, verdad? Las campanas de la torre de la plaza que llevaba tu nombre llama a la misa de difuntos. Los niños juegan usando la cabeza de un dios muerto como balón. ¿Puedes verlo? Aún en la muerte sonríe, pobre ser inconsciente. Sus cabellos se arrastran por la acera cada vez que los niños chutan con sus piernas hechas para caminar en un mundo emponzoñado por su existencia. Y las campanas lanzan su tañido una vez más, y las ánimas, al escucharlo, se retuercen, recordando la época en la que eran niños, y jugaban en la plaza pateando cabezas de dioses muertos.
El aroma que aspiro es el hedor de la muerte, ¿sabes por qué, verdad? Las campanas de la torre de la plaza que llevaba tu nombre llama a la misa de difuntos. Los niños juegan usando la cabeza de un dios muerto como balón. ¿Puedes verlo? Aún en la muerte sonríe, pobre ser inconsciente. Sus cabellos se arrastran por la acera cada vez que los niños chutan con sus piernas hechas para caminar en un mundo emponzoñado por su existencia. Y las campanas lanzan su tañido una vez más, y las ánimas, al escucharlo, se retuercen, recordando la época en la que eran niños, y jugaban en la plaza pateando cabezas de dioses muertos.
domingo, 5 de febrero de 2012
Eres y no eres
Eres como un látigo inexorable que golpea mi espalda hecha de retales de pecados sin confesar. De nuevo me golpeas, una vez, otra, y otra más. Noto tu caricia funesta y me estremezco. Eres como el sol tras una noche sin dormir, inesperado e inquisitivo, como los primeros brotes tras las heladas, díscolos y llenos de vida. Puedo verte frente a mí, pero no tocarte, porque tu piel está hecha de estrellas incandescentes, forjada a través de mil noches repletas de poesía, soledad y confeti de color carmesí. Eres una criatura salvaje encerrada en una jaula de prejuicios y resentimiento. Un ángel que empeñó sus alas por una botella de Jack Daniels y una bolsa llena de gominolas de fresa.
No eres ni mucho menos una buena persona. Sabes que nada te preocupa, nada te afecta, no piensas en nadie jamás. Solo piensas en ti, y en el tranvía que te robó los sueños aquella noche cubierta de nubes de lluvia ácida. No eres ningún ladrón, y sin embargo te ves tentado a llevarte mi alma. Acércate, ¿ves como brilla? Sí, es un alma de cristal. Cuidado, hace tiempo que la hicieron añicos, así que podrías pincharte. Los restos de ese comedero fueron mi corazón, no te preocupes. Se los di de comer a una serpiente de color cián llamada Ingenuidad. No eres en absoluto una criatura de la noche, y sin embargo, en las noches vuelves a mí, quieres envolverme con tus alas. ¿No te das cuenta de que no puedes tocar lo intangible? Soy como el rayo en una noche despejada, repentino, poderoso, pero fugaz.
Eres un aliado que aparece cuando la batalla ya está perdida. No eres un buen samaritano, lo siento, pero tus espinas se clavan allá por donde pasas. Eres buen amigo de tus enemigos, claro, mejor a la hora de apuñalarlos por la espalda. No eres un concierto para violín, y sin embargo eres continuo, variable, cambiante. Subes, bajas, y subes para volver a bajar. Y al final acabas con unas notas muy suaves y un arpegio en pizzicato. Un arpegio menor, por supuesto, con la séptima disminuida.
Podría pasar la noche entera diciéndote lo que eres y lo que no eres. Y sin embargo, algo está claro. Eres yo. Y no eres yo. ¿Quién eres? ¿Quiénes somos?
No eres ni mucho menos una buena persona. Sabes que nada te preocupa, nada te afecta, no piensas en nadie jamás. Solo piensas en ti, y en el tranvía que te robó los sueños aquella noche cubierta de nubes de lluvia ácida. No eres ningún ladrón, y sin embargo te ves tentado a llevarte mi alma. Acércate, ¿ves como brilla? Sí, es un alma de cristal. Cuidado, hace tiempo que la hicieron añicos, así que podrías pincharte. Los restos de ese comedero fueron mi corazón, no te preocupes. Se los di de comer a una serpiente de color cián llamada Ingenuidad. No eres en absoluto una criatura de la noche, y sin embargo, en las noches vuelves a mí, quieres envolverme con tus alas. ¿No te das cuenta de que no puedes tocar lo intangible? Soy como el rayo en una noche despejada, repentino, poderoso, pero fugaz.
Eres un aliado que aparece cuando la batalla ya está perdida. No eres un buen samaritano, lo siento, pero tus espinas se clavan allá por donde pasas. Eres buen amigo de tus enemigos, claro, mejor a la hora de apuñalarlos por la espalda. No eres un concierto para violín, y sin embargo eres continuo, variable, cambiante. Subes, bajas, y subes para volver a bajar. Y al final acabas con unas notas muy suaves y un arpegio en pizzicato. Un arpegio menor, por supuesto, con la séptima disminuida.
Podría pasar la noche entera diciéndote lo que eres y lo que no eres. Y sin embargo, algo está claro. Eres yo. Y no eres yo. ¿Quién eres? ¿Quiénes somos?
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