miércoles, 15 de febrero de 2012

De necesidades atroces, discordantes, amores negros recalcitrantes.

Soy la hoja de un diente de león negro, mecida por los vientos gélidos del norte. Me transportan en sus brazos las aladas corrientes, me conducen a lugares lejanos donde me dejarán caer a mi suerte.

Te miro sentada frente a mí, me hundo en las dos praderas iluminadas por el crepúsculo que alumbra tu mirar. Corro entre la hierba infinita, acompañado de una jauría de perros ovejeros. Las ovejas, por supuesto, no están. Hace tiempo que se transformaron en estrellas, y se marcharon hacia el horizonte, hacia el cielo de tormenta perpétua que cubre todo el paisaje, montadas en barcas que cruzaron los ríos dorados hechos de miel que desembocan en tus labios y en las formas sinuosas de tu espalda.

Soy la segunda y la tercera cuerda de un violín vibrando a la vez, creando una melodía llena de acordes en re mayor. El sonido va, viene, y vuelve a ir para volver a venir, oscilante, dulce, pasional. Y todo acaba en un arpegio, como siempre. Los arpegios son un final brillante.

Mis dedos buscan tus formas, sedientos como viajeros después de una larga jornada en los caminos llenos de piedra y polvo. Mis labios buscan refugiarse en ti, buscan un lugar en el que pasar la noche, y los días, y la propia eternidad. Mi lengua busca a la tuya, excepcional compañera de baile, para fundirse de nuevo en un baile apasionado, en tres por cuatro, a ritmo de vals, al son de mi corazón, de tu alma, y de nuestra falta de razón.

Soy el sol de un sistema solar lejano, sin planetas habitables, sin lunas, sin vida. El rey de un amasijo de piedras muertas que flotan en el olvido, hasta que decida, un día como otro cualquiera, acabar con todo. Me transformaré en una gigante roja, y engulliré cuanto esté a mi paso. Seré implacable, voraz, ardiente.

Mi ser te busca en la soledad, pues sabes que no soy capaz de existir si no te sé en mi existencia. No importa que uses contra mí tu látigo de crueldad, o que yo use contra ti mi mandoble hecho de egoísmo, al final, somos una simbiosis perfecta. Una misma cosa dividida en dos por el mero capricho de la Creación. No sé jugar a este juego si no es en cooperativo. No sabes encargar comida para llevar si no es para dos. No sabemos vivir si no es espalda con espalda, cubriéndonos de cuanto nos rodea. Tú y yo contra el mundo.

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