viernes, 10 de febrero de 2012

Carta 8

Estimado ser que habitas en mí:

Soy yo una vez más, tu anfitrión. Una vez más te escribo para que estas líneas que te dedico sean una vía de escape, un drenaje de la ponzoña en la que mis sentimientos siempre se acaban convirtiendo. ¿Por qué nunca te hago caso? Sabes lo que es bueno para mí, lo que siempre quiero, y me instas a buscarlo. Y yo, por supuesto, tengo que desoírte, hacer las cosas simples complicadas y ser un completo tarado. Y es que a estas alturas debería estar ya acostumbrado a que las cosas no salgan como yo quiero. Pero no, aún soy un iluso.

Y ya me ven las estrellas, escribiéndote una vez más acurrucado, pasando frío entre los árboles, sobre el césped, bajo el cielo. Escuchando las sirenas de los servicios de emergencias a lo lejos, pensando que quizás no estaría tan mal cambiarse con el ciudadano que está a punto de recibir su visita. No es que me esté convirtiendo en un emo, tranquilo, pero ya sabes, llega el momento en el que no tengo forma de salir del pozo. Me ciego momentáneamente, y tardo un tiempo en ver la luz. No te preocupes, al final, a veces con tu ayuda, a veces por mí mismo, salgo a flote. Pero me cansa tanto esta situación…

Estoy harto de ser un maldito actor, ¿sabes? ¡En esta vida hay que hacer tantos papeles! Pero nadie es digno de ver mi naturaleza. Nadie. Ni si quiera tú. Incluso para ti sigo llevando mi máscara. Quizás, a veces, pueda levantarla levemente, mostrar mi sonrisa, el principio de mis mejillas, pero jamás dejaré que nadie sea testigo de mi verdadera mirada.  No es que sea un monstruo. Pero bueno, si lo fuera tampoco sé si lo admitiría.

Te preguntarás por qué te escribo hoy, viernes por la noche, desde la soledad oscura de una arboleda. Se suponía que no iba a estar aquí. Se suponía que no iba a sentirme así. Sí, lo sé, puedes llamarme el señor suposiciones. Y el señor ilusiones, que encima rima con lo primero. Porque eso es lo que me debilita, el ser, aún a estas alturas, un niño iluso. Pienso demasiado como ya sabes. Y, por desgracia, también imagino demasiado. ¿A dónde me lleva entonces esta mente poco lúcida? A sufrir, no hay más.

Pero no te preocupes, viejo amigo. Ya empiezo a ver la salida de este túnel. Sé  cómo tengo que actuar. No necesito a nadie para salir de aquí, no te preocupes. Se me da bien encontrar el camino por mí mismo. Al fin y al cabo, es lo que siempre hago.

Por ahora me despido, pero ya sabes que volveré a escribir.

Un abrazo, amigo mío.

V.S.

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