martes, 21 de febrero de 2012

Fuiste para mí...

Al fin puedo llamarte por tu nombre. Después de tanto tiempo me doy cuenta de lo que eras para mí. Un veneno. Un muro. Una luz cegadora. Un mal envuelto en sueños ridículos y coloridos. Cómo quisiera no necesitarte de esta forma, que fuera más fácil apartarte de mis pensamientos y de mis deseos.

Esta guerra es mía, cariño, ya puedes quedarte en tu maldito búnker, y no salgas de ahí si no quieres que te vuele la tapa de los sesos con mis canciones compuestas mientras me hundía en el desamor, con las ilusiones que tu sonrisa cálida y blanquísima como la cal tejió para mi alma crédula, con la rabia de saber que todo esto podría haber sido diferente.

Pero todo ha llegado a este punto. Somos tú y yo. Dos cometas atraídos por diferentes órbitas. Dos notas en diferentes pentagramas, el tuyo en clave de sol, el mío en clave de fa en cuarta. Perteneces a lo intangible, a lo inalcanzable, igual que perteneciste a lo más profundo de mis pasiones. Y yo… yo simplemente pertenezco a la música, y al viento ululante que acaricia  los árboles en las noches de invierno. Podríamos haber llegado tan lejos, hacer tantas cosas… Pero no fue posible, nuestros caminos están destinados a no cruzarse.

Por eso, quisiera presentarme delante del escritorio del cabrón que escribe las historias de nuestras vidas y apuñalarlo con el témpano que decidir apartarme de tu calidez dejó donde antes había un corazón palpitante. Porque en el fondo soy un mentiroso. Porque, en realidad, fuiste para mí un acorde perfecto en mitad del silencio, el tacto de la madera bajo mi barbilla, el aroma de un incienso dulce acariciándome en la oscuridad. Reconozco que jugué con el fuego, y me gustó, pero, como avisaron, me acabé quemando.





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