viernes, 17 de febrero de 2012

¡Sorpresa!

Me elevo en el aire, dejo atrás la tierra que en su ansia egoísta me asía contra su superficie, mi cuerpo, lastre inútil entregado a toda clase de pasiones, y mis lágrimas, tantas veces derramadas por nimiedades absurdas. Es hora de avanzar, de no mirar atrás, ni abajo. Vuela, ángel de tinieblas, vuela como nunca lo hiciste, y no pienses en las consecuencias. Escapa de este lugar mustio, pues aquí solo queda una tierra yerma de la que nacerán quimeras retorcidas por el dolor iridiscente de los recuerdos susurrantes.

Eres un soldado que no sabe vivir en paz. Sabes que eres adicto al dolor, un yonki del sufrimiento. Ya sea tuyo o ajeno, disfrutas con ello, te regocijas, y los sollozos te suenan como la más maravillosa de las sinfonías. Tienes alma de poeta desalmado, de músico frustrado, de loco enamorado, de torturador torturado. Cuando todo está en calma, te sientes inquieto, con ganas de pegarle a alguien por el mero hecho de notar el revuelo. Cuando todo está tranquilo, quieres agarrar el sol y derribarlo de los cielos. Que caiga en el bosque infinito de tus sueños perdidos, y que todo arda, que no queden ni las cenizas. Cuando solo queda la quietud, quieres que el mundo entero sea una explosión.

¿Estás listo? Te toca salir al escenario, una noche más. Venga, se te da bien interpretar el papel. Sonríe al público, que se te note seguro de ti mismo. Haz lo que siempre haces, sujétate bien la máscara y cíñete al papel. ¿Cuántos has interpretado a lo largo de tu vida? Ya perdimos la cuenta. Pero no importa. Sigue interpretando un poco, todo se resume a eso, a una farsa esperpéntica. Después, entre bambalinas, la risa de siempre. ¿Cómo no se dan cuenta de que todo es un mero espectáculo? Los artificios de siempre siguen funcionando, y todo te parece absurdamente patético. Después, entre bambalinas, la preguntas de siempre. ¿Por qué lo haces? ¿Qué sacas tú con todo esto? Pero, ¿qué más da? El espectáculo debe continuar.

Y al final, volvemos a estar tú y yo, la misma cosa en dos mitades, envueltos por nuestra cinta roja y dorada, con una inscripción que, con letras negras y doradas, anuncia lo único verdadero que tenemos para ofrecer a nuestra querida audiencia: demencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario