miércoles, 15 de febrero de 2012

Confesiones y delirios con sabor a melocotón.

Laúd a la espalda, pluma en mano, y tormenta en el corazón. Cuando sientas que nada tiene sentido, que todo se mezcla en una amalgama de confusión, que la quietud fue profanada de forma cruel, con desdén, entonces sabrás que he llegado.

Nadie dijo que esto fuera a ser fácil. No se puede perseguir al viento, muchos enloquecieron siguiendo sus pasos, intentando pronunciar su nombre. Querrás someterme, sentirme tuyo, sentirte mío quizás, pero sabrás, llegado el momento, que nada es lo que parece. Caerás en mi red, en mis artimañas, sentirás mis fauces cerrándose sobre tu cuello y escupiendo una masa de carne y de sangre, y entonces sabrás que he llegado.

Soy inexpugnable como una fortaleza construida con humo y luces de neón, intangible como las nubes que se disipan en una tarde de verano húmedo, incomprensible como un trabalenguas escrito en una lengua para la cual no encontraron piedra de Rosetta. Soy un hechizo lanzado por un mago lunático y novato, en latín artificial, mal pronunciado, por supuesto, las ces no suenan como una ch, ¿crees que esto es italiano? Sin embargo, acabo haciendo efecto, sentirás mi magia en ti, y entonces sabrás que he llegado.

Me agazapo en la noche, me camuflo con la máscara del Dottore, con la nariz de cuero blanco y negro bien larga, para poder olfatear mejor las intenciones falsas de la basura de tu calaña. Te observo, me río de tu existencia patética, y donde antes hubo repulsión por la forma en la que perviertes los ideales en los que baso mi forma de ser, no hay ahora sino una lástima profunda y absoluta, porque te he escogido como mi presa, y voy a ahogarte poco a poco, haciéndote daño, deleitándome con ello. Llegará el día en el que te sientas exhausto, vacío, sin un motivo para seguir existiendo, y entonces sabrás que me he ido.

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